viernes, 17 de enero de 2014

LA BELLEZA Y LAS RELACIONES


Terminé de tomar aquella taza de café, disfrutando hasta el último sorbo de su aroma, textura y sabor. Dejé mi taza sobre la barra y me despedí –Au revoir Antoine- dándole la mano a aquel camarero que conocí hacía veinte minutos. Al salir de la cafetería sentí el fresco de la tarde; empezaba el otoño y yo caminaba lento por una de esas callecitas entrañables del Viejo Quebec; había llovido unas horas antes y los adoquines del suelo, aún húmedo, refractaban un brillo tenue con reflejos azulados y ocres…Unos cuantos metros más allá me detuve ante un artista callejero, era un hombre de unos 50 años, barba larga y semicana, su mirada era profunda, llevaba un frac negro, la cara pintada de blanco y sombrero de copa. Éramos pocos los transeúntes que atentamente contemplamos a ese mimo que hizo una representación de la Creación, por momentos hacía de Dios, por momentos hacía de las distintas criaturas. De pronto tomó unos palos, como el de las escobas, y a cada uno le puso una base plana y fue parando cada palo en distintas partes del suelo. Cada uno de ellos tenía carteles con distintos nombres: la luna, las plantas, el hombre, las montañas, los insectos, los mares, Dios, la tierra, etc. Y, finalmente, sacó un ovillo de lana y empezó a hacer líneas de lana entre palo y palo hasta que al final logró que todos y cada uno de esos elementos estuvieran unidos.

Entones, el reducido público, aplaudimos entendiendo que la brillante actuación de ese artífice de los gestos tenía un claro mensaje: TODO ESTÁ UNIDO. En la vida, en la naturaleza todo está entrelazado, allí radica la belleza de la creación, en esa interrelación.

Sabemos que la palabra “cosmética” viene de “cosmos”. Es decir que en el cosmos existe un orden, un equilibrio…una belleza.  Es por eso que lo que hagamos puede ayudar a mantener ese equilibrio, esa belleza o, por el contrario, puede romper ése balance, esa estética.


Las personas encontramos nuestros equilibrios personales si nos RELACIONAMOS bien con los otros, con la naturaleza, con nosotros mismos.

El sistema liberal de mercado atenta directamente contra este equilibrio, por varias razones: fomenta el individualismo y la competencia egoísta, enfermando las relaciones sanas entre las personas. La avaricia de las megaempresas ha creado una maquinaria mediática que nos va convenciendo engañosamente que el dinero (capital) es el gran motor de la vida y que la “felicidad” se mide por lo que tienes, por lo que consigues tú, sin importar los otros. Poco a poco nos están convenciendo que eso de pensar en los otros es sinónimo de debilidad, que para tener éxito hay que ser ambicioso, astuto. Recuerdo que hace un tiempo me pidieron entrevistar a candidatos para un puesto de gerencia de una importante empresa y el perfil que me pidieron buscar era el de un individuo ambicioso, con ciertos rasgos narcisistas, que en caso de conflicto hiciera primar los intereses de la empresa por sobre los de los trabajadores y que tuviera otras capacidades técnicas.
En las leyes del mercado el bien común no es un valor.

Las crisis sociales, culturales, económicas, religiosas, individuales, todas, absolutamente todas tienen en común el desequilibrio de esa dinámica relacional. Sólo es posible alcanzar o recuperar el bienestar si logramos equilibrar nuestras relaciones. Eso es la justicia: equilibrar nuestras balanzas. Y el equilibrio, necesariamente, es con los otros, con el entorno. El individualismo egoísta nos aleja del bienestar sostenible. Somos seres relacionales y, por lo tanto, nuestra paz, nuestra felicidad, es alcanzable si estamos en armonía con los otros, con la naturaleza, con nosotros mismos, con Dios.

Un abrazo cariñoso

José San Martín
Kraljevac, Croacia

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